sábado, 13 de junio de 2015

Sabaku no Ousama - Capítulo 01


Capítulo 01

Recuerdo aquel día a la perfección, tanto que mi corazón aún se sobrecoge al pensar en ello. No era un atardecer similar a los demás, puesto que el cielo se oscureció anunciando una gran tempestad. Sonreí levemente al percatarme de ello, amaba el agua y viviendo en medio del desierto se trataba de una grata noticia. Mi hogar se situaba en un pequeño pueblo escondido entre enormes dunas de arena dorada, al sureste de Arabia. No existía jerarquía ni alguien al mando, todos éramos iguales y recibíamos el mejor trato que nos podíamos profesar en una época repleta de pobreza.

Mientras anochecía, no dejé de contemplar el horizonte apoyado en el alfeizar de la ventana, percibiendo de fondo las voces de la gente que regresaba a casa tras una ardua jornada. La lluvia se hacía de rogar, alterando mi estado anímico. Jugaba a tocarme algunos mechones de pelo cuando divisé a lo lejos una tenue luz, tan ligera que parecía parpadear constantemente. La curiosidad se apoderaba de mí a medida que se acercaba más, tanto que me incliné hacia delante hasta sacar al exterior la mitad superior de mi cuerpo. Algo extraño estaba sucediendo, el suelo temblaba. Abrí los ojos asustado, ¿podía ser lo que imaginaba?

-¡Corred! –salí de casa gritando con todas mis fuerzas, aporreando la puerta de las viviendas más cercanas –es un asalto, rápido, ¡huid! –alerté a la gente que me miraba incrédula. Me sentí ridículo por un instante, ¿es que nadie iba a creerme? -no queda tiempo, marchaos, vienen hacia aquí… -me quedé sin suficiente voz para finalizar la frase al ver como el hombre que tenía delante caía de golpe, muriendo en el acto. El pánico se propagó, aunque ya era demasiado tarde. La gente corría hacia todos lados, era una situación realmente espeluznante. Por el contrario, yo no podía ni moverme y mi rostro se hallaba cubierto de sangre. 

-No debe quedar nadie con vida, ¿entendido? –ordenó alguien al resto de su séquito, blandiendo el arma por encima de su propia cabeza. Sólo logré girarme un poco, tratando de visualizar a aquel repugnante asesino, que por desgracia llevaba el rostro cubierto. Ambos estábamos prácticamente el uno frente al otro, tanto que temblaba al saber que sería el próximo ejecutado. Los invasores se dividieron, asesinando a cualquiera que se cruzase en su camino, ya fueran ancianos o niños. No había probablemente nada que un adolescente como yo pudiese hacer, sin embargo, no me rendiría tan fácilmente.

-¿Por qué…? –inquirí con el ceño fruncido, mirando directamente a los ojos ámbar del líder –dime, ¡¿por qué?! 

-Es algo que un simple pordiosero como tú no comprendería –respondió entre risas, apuntando la espada en dirección a mi cuello -¿qué se siente al intuir que serás el siguiente? –retrocedí cuantos pasos daba su caballo, quedándome pronto sin escapatoria. 

-Lamento defraudarte, pero no moriré hoy ni aquí… -en mi defensa empuñé una lámpara de aceite encendida y la lancé a los pies del animal, que encolerizó arrojando a su dueño al suelo. Era el momento perfecto para escapar y esperaba que a velocidad nadie me ganase, así que me introduje a través de las calles menos concurridas, las cuales conocía de memoria. A lo lejos apreciaba los insultos y quejas del villano, que por supuesto me perseguiría hasta cumplir su deseo, verme yacer. 

-¡Voy a atraparte y acabaré contigo! –a medida que avanzaba, tropezaba con más y más cuerpos tendidos, que esquivaba a pesar de estar ya inertes. Finalmente pude esconderme tras un muro casi derruido, siendo esa mi única salvación –¡muéstrate o sufrirás el doble cuando te aprese! –nuestra distancia se reducía y el miedo me cortaba la respiración. Si fallecía no dejaba nada realmente importante atrás, desde que mis padres me abandonaron llevé una existencia triste y vacía, tal vez era incluso mejor dar todo por terminado –aquí estás, maldito hijo de puta… –me agarró del pelo y tiró de mí, arrastrándome sin piedad por el páramo ensangrentado. 

-Suéltame… -susurré, clavándole ferozmente las uñas en el brazo. 

-¡Mira a tu alrededor! –me puso de rodillas y agarró mi barbilla, mostrándome una escena grotesca. La aldea ardía en llamas, se convertía despacio en cenizas, junto con los cadáveres de sus ciudadanos –eres valiente, gracias por haberte enfrentado a mí, ha sido muy divertido, pero creo que nuestro juego ha tocado su fin –sacó la pequeña daga que portaba en la cintura y me acuchilló con fuerza el pecho, dejando que el helado filo me perforase por completo. Tan sólo solté un pequeño jadeo a la vez que un líquido rojizo se escapaba de entre mis labios. Experimentar el dolor no me haría fuerte en esta ocasión –que descanses en paz –y tras pronunciar aquella frase se marchó, dejándome convaleciente. Recordé algo al ver que por fin la lluvia hacía su aparición, apagando los rescoldos de lo que un día fue mi hogar, y es que una vez en el pasado, me juré a mí mismo que no lloraría de nuevo, aunque mi interior se ahogase inmerso en las lágrimas.
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Desperté tirado en el fango que la tormenta provocó la noche anterior, ¿seguía vivo? Al incorporarme tosí, expulsando una gran cantidad de sangre. Sí, definitivamente había sobrevivido, pese a mi deplorable condición. Era difícil caminar por el terreno húmedo, pero me esforcé por encontrar algún superviviente entre los escombros. Lamentable no tuve suerte, ahora tenía que centrarme en mí. La herida de mi pectoral parecía infectada y no disponía de los medios suficientes para sanarla.

Anduve por el desierto durante días, sin agua ni comida, y el clima tampoco ayudaba precisamente. 

-Socorro… -rogué a la nada, a punto de desmayarme. Cansado de luchar sin una salida clara, me tumbé en un pequeño montículo y observé el sol difuminarse cuando mi vista comenzó a fallar –se acabó… -la cordura la había perdido también, deliraba. Tal vez por eso veía un par de sombras borrosas acercase a mí.

-¿Está vivo? –oí preguntar a la más lejana. 

-Parece que sí… –unas manos me cogieron la muñeca, comprobando que mi circulación aún era constante. 

-Carga con él entonces, lo llevaremos de regreso –pronunció la voz más grave y varonil.

-No creo que aguante el viaje, está gravemente herido… 

-¿No me has escuchado? –elevó un poco el tono, zanjando la conversación –cárgale –mi cuerpo se sintió liviano una vez lo alzaron. 

-De acuerdo, señor… –no soy capaz de recapitular lo que sucedió después, posteriormente caí preso del agotamiento y colapsé, dejando mi azar a manos de unos desconocidos.
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-Oye, Rei, he oído que el rey trajo consigo a un misterioso muchacho, ¿es eso cierto? –indagó un interesado Nagisa, que tomó asiento a su lado. 

-Sí, lo es –suspiró, dando un prolongado trago a su jarra de cerveza –yo mismo me encargué de escoltarlos hasta aquí –la historia prendía al infantil muchacho, el cual adoraba los rumores que su compañero a veces le contaba.

-Pero no entiendo el interés que ha despertado el chico en su majestad, ¿es apuesto o algo así? 

-Tal vez… -se quedó pensativo Rei –únicamente sé que no se ha separado de él desde que lo encontró, y es algo extraño tratándose de Matsuoka…

-En el fondo es romántico, ¿no crees? –fantaseó el rubio.

-Yo no estaría tan seguro de ello… -desaprobó el joven de pelo azul, con una expresión bastante seria.  
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Al recuperar el conocimiento, un pequeño escalofrió me invadió de la cabeza a los pies. Había perdido la sensación del tiempo, y no fue hasta que espabilé, que entendí medianamente la situación. 

-Vaya, por fin te despiertas… –volteé la cabeza asustado, quedándome atónito al ver a un chico recostado a mi izquierda. 

-¿Quién es usted…? –no pude evitar sobresaltarme. No comprendía nada, no obstante, un hombre al que no conocía se encontraba muy cerca de mí, y lo más importante, semidesnudo.

-Eso ahora no importa… –se incorporó en silencio, mostrándome así su musculosa y ancha espalda -has dormido varias noches seguidas, concretamente tres… -parpadeé cuantas veces me fue posible, no podía creerlo –soportar un corte de tal calibre es admirable, aunque me temo que te quedarán secuelas –durante un momento dejé de prestar atención a sus palabras, estaba demasiado ensimismado en observar el entorno que me rodeaba. No tenía ni idea de a donde había ido a parar, pero era obvio que aquel tipo debía pertenecer a la nobleza o algo parecido. Una cama mullida y ropajes de seda, las paredes del cuarto recubiertas de tapices llamativos y objetos valiosos que a simple vista parecían hechos de oro. Jamás podría permitirme tocar cualquiera de las cosas que veía –impresionado, ¿verdad?

-Verá... –aparté la vista rápidamente, impidiéndome a mí mismo mirar cualquier característica de su físico –estoy muy agradecido por la hospitalidad que me ha otorgado, sin embargo, no quiero ser una molestia, así que será mejor que me marche ya… -respondí tajante, provocando por consiguiente un gesto de desaprobación en el anfitrión.

-¿Y nada más…? –no sabía muy bien a qué se refería con aquella pregunta. Me limité a quedarme quieto, tragando saliva también –te salvo de una muerte casi segura, cargo tu cuerpo hasta aquí, ¿y no recibo nada más que esa estúpida muestra de gratitud…? 

-Perdón… -mascullé. A simple vista se podía decir de él que era arrogante y gruñón, sería mejor no incordiarle mucho.

-Creo que me merezco una recompensa después de todo… –sus frías manos me recorrían el cuello a medida que aquel extraño se colocaba encima de mí. Por primera vez le miraba directamente a la cara, apreciando el color rojizo de sus ojos y de su cabello, que le atribuían un aspecto sensual a la par que aterrador. El miedo me dominaba cuanto más me tocaba y se aproximaba, no podía moverme bien.

-Deténgase, por favor… -supliqué apretando los parpados, me hacía sentir incómodo. Mis piernas no reaccionaban de la manera que yo deseaba, y esa debilidad atraía todavía más a mi agresor, que lejos de parar, continuaba aprovechándose de mí –¡basta! –le propiné un puñetazo en la mejilla, haciendo uso de la poca energía de la que disponía. 

-Maldita sea… -gruñó, llevándose la mano a la zona golpeada. Me atemorizaba su reacción, aunque sorprendentemente se vistió y me dejó tranquilo -¿tan repugnante te resulta acostarte conmigo…? -acostumbraba a quedarme callado cuando algo no me gustaba o me irritaba, eso me delató –vaya, creo que ya lo entiendo, nunca has mantenido relaciones sexuales con alguien de tu mismo sexo, ¿es eso? –era demasiado directo, tanto que me ruboricé –apuesto a que tampoco has estado con mujeres, y es extraño, ya que eres atractivo –me sacaba de quicio, ¿por qué un hombre como él me alababa? –encantado, soy Matsuoka Rin, rey de Hasan –me tendió la mano, esperando a que la cogiese -¿cuál es tu nombre?

-Haruka… -musité en shock, juntando mis dedos a los suyos. Había perdido contra él, y es que llevar la contraria a una persona con tal mal carácter era problemático, pero si se trataba encima del monarca de la ciudad más poderosa de todo el país, no tenía escapatoria posible. 

-Haruka, a partir de ahora serás mi esclavo –proclamó con aire victorioso, mostrando sus afilados y tenebrosos dientes.
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-¡Hermano! –gritó rabiosa una chica de complexión delgada, haciéndose paso entre todos los guardias hasta llegar al trono en el que se encontraba su familiar. 

-Gou... –chasqueó la lengua muy molesto, le desagradaba lidiar con las broncas que le solía echar la pequeña –estoy en medio de una conversación privada... –señaló a un muchacho bajito a su lado. 

-Nitori tendrá que esperar… -apartó con cuidado al chico, mientras miraba al más alto enojada -no puedes someter a cualquiera a tu antojo, está mal y has de contar con mi opinión...

-¿Qué problema hay esta vez? –se cruzó de brazos el mayor, observando a la chica con un aire de superioridad.

-Ya lo sabes, este no es el tipo de reinado que a padre le habría gustado que… 

-¡Cállate! –mandó histérico, dejando que su chillido resonase por toda la sala –yo soy el primogénito, el rey, ¿entiendes lo que significa…? -la joven agachó la cabeza, apretó los dientes y empezó a sollozar.

-El poder te está obnubilando, ¿es que ya no recuerdas ni quién eres…? –salió corriendo tras aquel comentario, dejando a un inestable Rin en el lugar. 

-Matsuoka… -se acercó de nuevo el chico de pelo plateado.

-Sal de aquí, vete… -la soledad era apropiada para un tipo como él, la necesitaba y buscaba cuando sus planes se veían frustrados -¡que te vayas! 

-Sí, alteza… –se postró Nitori y afligido, abandonó la sala.
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Continuaba postrado, sin ser capaz de llegar a ponerme de pie del todo. El pecho me dolía a medida que la herida cicatrizaba, era realmente insufrible. Nunca imaginé que acabaría así, sirviendo a un rey mezquino y cruel para recompensar que me salvase la vida. En ese preciso instante entró en la habitación, desprendía un aura espeluznante. 

-Van a curarte, será mejor que te quedes quieto… –me comunicó desde la puerta y dejó que alguien más accediese al cuarto. Me quedé paralizado al ver de quién se trataba, tanto, que fui incapaz de articular palabra alguna durante un par de segundos.

-Haru… -masculló, soltando la tinaja llena de agua que llevaba en las manos. Definitivamente era él, no había cambiado nada a pesar del paso de los años. Matsuoka intervino antes de que pudiésemos darnos cuenta, posicionándose entre medias de ambos.

-Makoto, ¿os conocéis…? –preguntó el pelirrojo, mirándonos a ambos con una expresión malhumorada.

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