domingo, 27 de septiembre de 2015

Sabaku no Ousama - Capítulo 03


Capítulo 03

Aquellas resplandecientes cuentas me dejaron absorto por un momento, posiblemente no era la primera vez que las veía. Matsuoka se mostró muy nervioso, tanto que me sujetó fuertemente por los hombros, mirándome extrañado.

-Haruka, ¿conoces ese collar…? –me dolía la cabeza de tanto pensar, no era capaz de recordarlo y eso le frustraba cada vez más - ¡dime!, ¿conoces ese collar…? 


-No, lo siento, no lo he visto nunca… -finalmente le devolví el colgante, era mejor negarlo todo y no seguir ofuscándole. Los zarandeos de su majestad hacia mi persona finalmente cesaron, pero su rostro expresaba cierto desagrado y molestia.

-Jamás vuelvas a jugar así conmigo, ¿de acuerdo…? –su tono amenazante me asustó, aunque no comprendía del todo qué había hecho para merecer tal trato.
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No pude evitar dar un brinco a la mañana siguiente, y es que al despertar encontré a alguien a mi lado, observándome tan fijamente que daba hasta miedo.  

-Perdona, ¿te he asustado? –respondió el chico de pelo azul mientras esbozaba una siniestra sonrisa –creo que su majestad suele hacer lo mismo casi todas las noches, se dedica a contemplarte mientras descansas, deberías estar ya acostumbrado –preferí hacer caso omiso a su comentario y me incorporé despacio de la cama. De nuevo Matsuoka había desaparecido, parecía estar siempre muy ocupado.

-¿Qué es lo que quieres…? –respondí tajante, tanto que aquel muchacho se asombró.

-Pareces furioso, ¿acaso no te alegra saber que te han dado permiso para pasear por los alrededores de palacio? 

-No me apetece… -volví a replicar. No era la mascota del rey o algo parecido, me enervaba estar encerrado y acatar órdenes. 

-Eres realmente insolente… –el guardia se levantó y colocó cerca de mí un par de prendas minuciosamente dobladas –eso está bien, pero se trata de mi trabajo, así que cámbiate de inmediato –daba igual cuanto fuese a resistirme, el resultado sólo sería peor. Una vez me vestí entre refunfuños, me acerqué al guardia, el cual me esperaba pacientemente en la puerta. No volvimos a dirigirnos la palabra, nos limitamos a caminar incansablemente por los pasillos hasta que por fin llegamos al jardín. Si algo me molestaba era la presencia constante del centinela del rey, no paraba de vigilarme todo el rato. A lo lejos vi a Makoto, por lo menos aquella inútil salida serviría de algo.

-¿Haru…? –le agarré por el brazo y le obligué a seguirme. Ambos acabamos escondidos en un rincón, necesitaba hablar con él urgentemente –ya me he enterado de lo que sucedió anoche, ¿estás bien…?

-Te busqué por todas partes, no voy a irme de aquí si no es contigo, ya te lo dije… -aquellos ojos verdes revelaban sorpresa, incluso pude vislumbrar que una leve sonrisa se dibujaba en su cara.

-Ya te expliqué la situación, Haru…

-Iba a volver a por ti, por los viejos tiempos y lo que vivimos ambos, ¿es que no recuerdas nada de eso…?

-¡Por supuesto que sí! –las manos de Makoto se posaron a los lados de mi rostro, provocando que me quedase callado sin ningún argumento más que dar –nunca he dejado de pensar en ti, al igual que espero que tú no lo hicieses conmigo –mis lagrimales comenzaron a humedecerse tras oír lo que mi amigo decía –sé que me cambié por ti cuando aquellos comerciantes vinieron buscando a gente a la que llevarse, y créeme, no debes seguir flagelándote por ello… -contuve duramente las ganas de llorar, sobre todo cuando me percaté de la presencia del peli azul, quién nos acechaba con un semblante serio –he de volver al trabajo… -pronunció, dándose por aludido. 

-Será mejor que no te alejes demasiado de mí… -me reprendió.

-Quiero estar solo… -contesté al instante, cortando incluso la frase de mi ahora protector. No se negó en absoluto a la petición. Soltó de su cuello una pequeña cantimplora de piel que llevaba y me la lanzó, esperando que la cogiese al vuelo.

-Es un día caluroso, no me gustaría que alguien tan débil como tú perdiese de nuevo el conocimiento, Matsuoka no me lo perdonaría –gruñí a modo de respuesta y me alejé de la zona, no iba a dejar que algo así sucediese. Anduve por un rato entre los extensos pasadizos, explorando todo cuando mi vista hallaba. Lo cierto es que el bochorno se adhería a mi piel, tanto que no dejaba de sudar por muy desvestido que fuese. Tras un rato me topé con un precioso corcel blanco, el pobre animal parecía sediento y cansado, sus relinchos eran prácticamente inaudibles. Me acerqué a él y lo agarré por la correa que lo ataba, si seguía así de descuidado terminaría desfalleciendo. 

-Tranquilo, tranquilo… -musité mientras acariciaba su lomo repetidas veces. En un pequeño acto de bondad, quité el tapón a la bota de agua y acerqué la boquilla al animal, vertiendo todo el líquido en sus fauces. Una pequeña sonrisa se esbozó en mi faz al ver que el caballo se bebía todo, seguramente ahora resistiría. Para mi sorpresa no fue así, acto seguido mi dulce gesto se esfumó, apareciendo uno lleno de recelo y temor. El corcel perdió las fuerzas y cayó al suelo, falleciendo repentinamente. Comprobé que no seguía con vida y las dudas asaltaron mi mente, no quería pensar en la posibilidad más segura. Di un par de pasos hacia atrás y de inmediato comencé a correr, tenía que buscar al guardia. A causa de la carrera perdí los zapatos y me hice rapones por la planta de cada pie, no obstante poco me importó, ahora había otras cosas más trascendentales. Localicé a lo lejos al hombre de pelo azul, en el mismo sitio donde le dejé, parecía extrañado al verme tan sofocado. 

-¿Qué ocurre…? –me sujeté a su cuerpo por un segundo, no era capaz de recobrar el aliento por mucho que inhalase repetidas veces.

-¿De dónde has cogido el agua…? –pregunté una vez recobré la compostura. El centinela continuaba contemplándome absorto -¡dime!, ¿de dónde la has sacado…?

-De los aposentos del rey… -mis ojos se abrieron en demasía y sin objetar nada más proseguí con mi intensa carrera -¡oye! -percibí a los lejos sus gritos. El agotamiento me resentía, la confusión por no encontrar la habitación también, no reconocía el camino. Al fondo de un extenso pasillo hallé por fin la puerta que buscaba y la abrí de sopetón, sintiendo un fuerte dolor en el pecho al ver a Rin acercarse una copa a los labios.

-¡No lo hagas! –de un manotazo logré que soltase el vaso y vertiese todo el liquido por el suelo. Seguía tan shockeado que no podía articular palabra alguna, sin embargo él si lo consiguió y me empotró contra la pared, dedicándome una mirada más fría que el mismísimo hielo. 

-¿Qué demonios haces…? 

-El agua está envenenada… -replique antes de que su furia siguiese aumentando. Los dos nos quedamos en silencio, sólo se oía el sonido que provocaban mis dientes al rechinar por el miedo que me causaba la situación.

-¿Eh…? –su vista se extravió a la nada, había bajado la cabeza tal vez escéptico. No esperaba ningún agradecimiento de su parte, pero lo cierto es que acababa de salvarle la vida, igual que lo hizo él conmigo en varias ocasiones ya. Seguramente era un ser déspota y despiadado, no obstante me sentí feliz al evitar su probable muerte –quiero que cerréis todas las puerta de palacio y que cualquier persona que se encuentre dentro acuda de inmediato a mi presencia… -una vez sentenció su deseo, se apartó de mí, dejando un dulce aroma adherido a mis fosas nasales.
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Nos habían reunido a todos en una inmensa sala y la sensación de los presentes era la misma, confusión. Yo por mi parte divisaba la estancia en busca de Makoto, al que finalmente localicé a un par de metros. Matsuoka continuaba sentado en su trono, llevaba varios minutos callado, sus párpados estaban cerrados y apoyaba la barbilla entre los dedos de su mano izquierda. Poco después sellaron la habitación y la guardia del rey resguardó el perímetro de la misma. 

-Voy a preguntarlo una única vez… –Mikoshiba empezó a andar y los demás retrocedieron un par de pasos, seguramente estaban aterrados, era lógico. Nos examinaba detalladamente mientras vocalizaba de forma lenta, quería producirnos auténtico pavor -¿quién ha intentado asesinar a Su Majestad? –nadie respondió -¿alguien quiere confesar…? –de nuevo nadie contestó a la cuestión. Rin elevó levemente la vista, y sólo yo me di cuenta de ello –de acuerdo, supongo que os tendré que ir rajando la garganta uno por uno –la gente se alteró al ver que el siniestro hombre desenvainaba su espada, decidiendo quién sería su primera víctima. 

-Ya vale, Seijuro –por fin alguien impidió que tal demente llevase a cabo lo que había dicho. El otro pelirrojo se levantó y bajó pausadamente cada escalón. Se tomó su tiempo para hablar, pero terminó haciéndolo –Makoto… -la sangre de mis venas se congeló al oír que pronunciaba su nombre –solo tú tienes acceso a mi alcoba, ¿no es así? 

-Sí, lo es… -afirmó valientemente. Rin se paró frente a él, ¿acaso le estaba acusando directamente del delito? -yo no…

-Matadle –ordenó sin reparo, a lo que varios centinelas obedecieron, inmovilizándole por los brazos.

-¡No! –chillé desesperado y corrí a ayudarle. No dudé en abrazarme a mi más preciado amigo, si iban a asesinarle primero tendrían que ejecutarme a mí.

-Haru… -distinguí el sonido de su voz susurrar. No tardaron mucho en separarme de él y acabé de rodillas con un montón de guardias sujetándome con firmeza.

-¡No lo hagas! –imploré llorando a Rin, que se limitaba a mirarme serio –por favor, no lo hagas, te lo suplico… -mis lamentos no parecían conmoverle. Makoto aparentaba estar asustado por la estupidez que había cometido enfrentándome al rey –haré lo que quieras, por favor… -Mikoshiba empuñó el arma decidido y agarró de mala manera el pelo castaño de Tachibana, obligándole a bajar la cabeza y a exponer la nuca -¡Rin! 

Alto… –justo cuando se disponían a decapitarle, Matsuoka elevó un brazo, parando aquella atroz escena. Mi respiración había desaparecido, mis brazos y piernas se habían quedado estáticos, ¿me había hecho caso? –si se vuelve a repetir juro que yo mismo acabaré contigo, ¡marchaos! –se llevaron a Makoto a rastras y los demás asistentes aprovecharon la ocasión para huir de una triste pero real pesadilla. Yo me quedé en la misma postura, mis lágrimas no dejaban de salir en abundancia. Rin se postró a mi lado, observando mis ojos abiertos en exceso a causa del terror –no logro comprenderlo, sin embargo ese estúpido criado es muy importante para ti… -masculló enfadado -ya no puedes escapar de mí, tu sentencia es residir junto a mí para siempre, vas a quererme y vas a someterte, su vida por la tuya…
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Esa noche fue todavía peor que las pasadas, no recuerdo haber estado tan ido nunca. Mi mente no dejaba de recordar todo lo sucedido y recapacitaba en lo injusta que era la vida por haberme deparado un destino tan doloroso y repleto de destrucción. Matsuoka apareció a altas hora de la noche y no se dignó a hablarme durante un buen rato, cosa que agradecí. Se recostó a mi lado y yo me giré hacia el extremo apuesto, demostrando así la repulsión que me producía. 

-Lo siento, Haruka… -musitó tan bajito que fui capaz de apreciar su disculpa de milagro. Puede que resultase sorprendente que un tirano de tal calibre pidiese perdón, sin embargo no me enterneció en absoluto – no ha sido correcto hacerte presenciar algo así…

-No te esfuerces… -no me interesaba lo que tuviese que decir, ya tenía una clara idea de él. 

-Hablo en serio… -hizo que me diese la vuelta y los dos nos contemplamos fijamente –hazme caso, joder… -de un golpe retiré sus manos de mi cara, dejando claro lo mucho que le despreciaba.

-Basta… -de repente lo solté, dejé escapar por mi boca todo el resentimiento que le profesaba –antes has dicho que acabaría queriéndote, te equivocas, nadie puede amar a un ser tan repulsivo y despreciable como tú, te odio, me das asco, y prefiero suicidarme a aguantar el resto de mis días junto a ti… -los labios de Rin empezaron a temblar, probablemente le había afectado un comentario tan dañino, aunque nunca pensé que esas cosas le incomodasen demasiado. Ya estaba acostumbrado a verle marchar cuando algo no salía como él deseaba, y de nuevo fue así, se levantó y desapareció, lo cual suponía un alivio para mí.
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-¿Qué le has dicho…? –esa mañana me senté cerca de una fuente, el sonido del agua que emanaba de ella me apaciguaba. Rei apareció poco después con un semblante severo. No había podido dormir en toda la noche y unas profundas ojeras se marcaban en mi rostro, el rey era la menor de mis inquietudes.

-La verdad, no le tengo miedo, al contrario que todos los que le servís… -el guardia negó repetidas veces y se situó a mi vera, dejando la lanza entre sus piernas. 

-Nunca había visto a Matsuoka así, sé que parece increíble, pero es cierto… -si iba a sermonearme podía ahorrárselo, me levanté y decidí andar, dejándole atrás, aunque era obvio que no iba a ser tan fácil librarme de él –hay distintos tipos de persona en este mundo y no todas reaccionan igual al dolor, piénsalo, tal vez no es un desalmado por devoción, puede que tenga su propio pasado y sus traumas… –me detuve al analizar exhaustivamente lo que acababa de oír. Rei se largó al ver que me había hecho meditar y continué durante bastante tiempo cavilando en ello. Ahora mi juicio estaba confrontado, por una parte no iba a olvidar su tiranía y por otra, quería averiguar su pasado. No me había percatado anteriormente, no obstante una sombra me acechaba por detrás. Sólo alcancé a ver una silueta por un instante y tras ello un fuerte golpe sacudió mi cabeza, haciéndome caer inconsciente sobre las losas del jardín.
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Pestañee desorientado cuando recobré la conciencia, me dolía bastante la frente y gran parte de la cara. Pronto me di cuenta de que la sangre caía por mis mejillas, formando un charco en aquel suelo mohoso. Era imposible visualizar algo en un lugar tan sombrío y tenebroso, ¿a dónde había ido a parar ahora? 

-¿Hola…? –pronuncié completamente atontado, tan sólo el eco me respondió. A lo lejos divisé una puerta con los barrotes de hierro oxidados, ¿estaba encerrado? –socorro, a… ayuda… -por más que tiraba de los grilletes que me retenían preso, no lograba deshacerme de ellos -¡auxilio!

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