sábado, 2 de enero de 2016

Sabaku no Ousama - Capítulo 04


Capítulo 04

El tiempo pasaba realmente despacio al estar recluido en una jaula. La humedad calaba mi ropa y comenzaba a adherirse a mi pecho, provocando que un creciente malestar bajase mi ya de por si decaído ánimo. Luchaba por arrancar los hierros que me apresaban las muñecas, no obstante era prácticamente imposible. Un ruido me sacó de ese estado de aturdimiento, alguien se acercaba a mí. Solo observé a aquella figura ponerse delante, me observaba atentamente y en silencio.
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-Majestad, ¿puedo hablar con usted…? –Rin había pasado la noche en vela, se veía más mustio y demacrado de lo normal, empezaba a preocupar a los demás, cuando se obcecaba en algo nadie podía sacarle de ahí. Rei entró en la sala, Nitori se apartó para dejar que el guardia y el rey conversasen con mediana intimidad.

-No estoy de humor, ¿qué quieres…?

-Verá… -el peli azul analizaba lo que pretendía comunicarle de un modo pausado, de lo contrario podía esperarse una mala reacción por parte de Matsuoka –llevo horas buscando a ese muchacho, Nanase, y no logro dar con él… -Rin le dedicó un pequeño vistazo, quería que prosiguiera con el comunicado –la última vez que le vi fue en los jardines, he preguntado a varias personas del servicio, no hay rastro de él, señor…

-Seguramente se habrá ido, ya estará lejos de aquí… –comentó un serio Matsuoka.

-Nadie le ha visto salir de palacio, al menos por su propio pie, puede que le haya ocurrido algo…

-Me da absolutamente igual, no voy a perder mi tiempo buscando a un engreído como él –definitivamente parecía apenado. Solía ser así con todo el mundo, pero algo le decía a Rei que en realidad Rin sí que se angustiaba por el paradero de su más preciado esclavo. Eligió dejar el tema de momento, si tenía que investigar lo haría él solo.

-Disculpe… -tras una reverencia se dispuso a iniciar su inestable plan, no tenía ni idea del paso que debía dar para empezar, sin embargo estaba seguro de que le hallaría antes o después.

-Mi rey, creo que debería volver a su habitación, si sigue así acabará enfermando… -aconsejó el pequeño chico de pelo plateado, ganándose una inmerecida queja de su superior.

-Lárgate de aquí ahora mismo, métete en tus asuntos… -aunque era ya su rutina aguantar las malas maneras de Rin, Aiichiro en esta ocasión no estaba dispuesto a tolerarlo.

-No voy a irme hasta que usted lo haga con el único propósito de descansar… -los ojos rojos del monarca se clavaron en él, perforándole con más intensidad que un afilado cuchillo. Fue sorprendente que el pelirrojo se apiadase lo suficiente de él para no castigarle con sus malignas respuestas. No obedeció su consejo, pero al menos no se sobrepasó con el muchacho.
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-Vaya, ¿y cuándo dices que desapareció? –preguntó el rubio.

-No tengo constancia de ello, únicamente sé que han pasado horas… -Rei dio un prologando sorbo a la jarra de vino, dejando que Nagisa viese el movimiento de su nuez al tragar –no me gusta la situación, es cierto que ese chico odia a Matsuoka, le detesta… -musitó abstraído en sus cavilaciones- de todas formas no le veo tan insensato, ya procuró escapar una vez y casi perece por su tozudez, dudo que esté dispuesto a repetir tal osadía…

-Ya veo, aunque no entiendo muy bien de qué forma puedo ayudarte, no sé ni que aspecto físico tiene –aseguró.

-Los comerciantes soléis enteraros de rumores, además, tú tienes un antro, asegúrate de avisarme si escuchas algo o ves cualquier cosa extraña–las monedas rodaron por la mesa y el hombre de ojos violetas se puso en pie, dando por concluida la charla.

-Está bien, sabes que haré lo que sea por ti –Nagisa besó la mejilla de Rei y dejó escapar una adorable y risueña carcajada, por el contrario él se ruborizó ligeramente.

-Tengo que irme…
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Ya había trascurrido un día desde que Rin no veía a Haru. Pretendía sacar de su mente al moreno constantemente, pero por alguna razón le era imposible. Deambulaba de un lado a otro del cuarto, la incertidumbre iba a volverle loco. Acabó accediendo al balcón anexo de su habitación, necesitaba respirar aire puro más que nunca.

-Haruka… -susurró inconscientemente a la nada. No paraba de reflexionar en el comentario que aquel chico le hizo, por desgracia eso sólo le hacía sentirse más y más desdichado. Puede que las circunstancias de su pasado le hiciesen convertirse en un déspota y mezquino ser, ¿cuándo había ocurrido?

Estaba casi seguro de que no podía tener un alma tan oscura como todos pensaban, al menos eso quería creer. Tal vez sus caprichos infantiles provocasen en los demás malos pensamientos de él, y por supuesto la venganza no le había servido de absolutamente nada. Notaba un hueco vacio y pesado en su corazón, un lugar que la riqueza y el afecto embustero de la gente no conseguían llenar. Haru era distinto, le desquiciaba y a la vez le gustaba que fuese capaz de plantarle cara, de negarse a los deseos de un rey todopoderoso. Jamás iba a admitir tan fácilmente cualquiera de esas reflexiones que le convertían en alguien débil, pero la sonrisa dulce que mostró Rin en ese momento, ante la única compañía de la luna y las estrellas, eran la realidad de que poco a poco volvía a ser feliz, como aquella vez hace muchos años atrás, aquella vez en la que se quedó prendado de alguien y todo era muchísimo más fácil.

-Majestad, con permiso –un par de golpes en la puerta y la voz reconocible de Mikoshiba terminaron por sacarle de ese largo lapsus –ya está todo preparado para el viaje, en cuanto usted lo ordene nos marcharemos –los punzantes colmillos del pelirrojo aparecieron, no estaba muy seguro de lo que iba a decir.

-No sé si quiero hacerlo…

-¿Qué…? –preguntó incrédulo el hombre de pelo naranja –disculpe, rey Matsuoka, me temo que es indispensable que acuda a la cita prevista, recuerde que se trata de un acuerdo importante…

-No, me niego –contestó ahora de forma mucho más tajante y Seijuro le miró en desacuerdo a su opinión.

-Recuerde cual es su deber, esa sería una sabia decisión –Rin devolvió el vistazo bastante disgustado, su consejero tenía desgraciadamente razón.
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Gou permanecía apoyada en la puerta principal de la muralla, contemplaba el horizonte en el justo momento en que amanecía. En su hombro descansaba un pequeño fénec de pelaje color crema, se había encariñado de ella y rara era la vez en que no se acurrucaba entre sus brazos. La caballería regresaba ya de una larga noche de expedición, las pisadas de los equinos asustaron a la inseparable mascota de la muchacha, que salió corriendo en dirección opuesta al ruido.  

-¡Oye! –chilló asustada la pelirroja, que le siguió lo más rápido posible. Aunque trató de atraparlo antes de que se alejase demasiado, le fue imposible. El zorro se introdujo a través de unos matorrales, algo que a su compañera no le hizo demasiada gracia. Sabía de sobra que tras la maleza se encontraba un acceso a las mazmorras subterráneas del alcázar, nunca había bajado sola ya que le parecían terriblemente tétricas, sin embargo no estaba dispuesta a dejar que el pobre animal permaneciese mucho tiempo más ahí –allá voy… -pronunció temblorosa y se dispuso a bajar los desgastados escalones. Las mazmorras estaban vacías actualmente, lo cual explicaba el deterioro de sus paredes y rejas. El eco de unos sonidos agudos reveló la posición de fénec, parecía todavía atemorizado. Gou lo recogió del suelo y le serenó con unas mimosas caricias, aunque pronto se dio cuenta de que había alguien más allí.
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Los cortes de las muñecas ardían y la sangre de mi rostro se había secado, formando una costra. Necesitaba beber agua, no soportaba más el nudo que tenía en la garganta. Un grito captó mi atención, una chica me divisaba aterrorizada tras los barrotes.

-¿Está usted bien…? –se dirigió a mí. No alcancé a responderla y prosiguió hablando ella -¿es un criminal o algo así…? –negué despacio con la cabeza. Agradecí el empeño que puso en tirar de los hierros, no obstante le era imposible desplazarlos –tranquilo, voy a pedir ayuda…
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Rei marchaba al lado de Rin y todo su séquito, que portaba entre otras cosas estandartes con la insignia de su reinado. Matsuoka tenía la mirada perdida, no dejaba de pensar en algo, probablemente por su indiscreción sufriría las consecuencias, pero no decirlo supondría obviar los sentimientos del rey.

-Alteza, si nos vamos ahora probablemente nunca más volverá a verle… -afirmó su guardia.

-Ya te lo he dicho, habrá escapado de aquí…

-¿Qué es lo que desea hacer…? –Rin fue incapaz de responder a aquello, prefirió cambiar el rumbo de la conversación.

-Si no ha aparecido no hay nada que yo pueda hacer, por mucho que quiera… -es todo lo que Rei precisaba oír. Rápidamente se interpuso en el camino del monarca, imposibilitando que diese un paso más ante la atónita mirada de los presentes –apártate inmediatamente… –ordenó.

-No, no voy a hacerlo –en esa diminuta pausa apareció la salvación del peli azul. Gou andaba a pasos acelerados hasta el grupo que residía prácticamente ya a las afueras de la ciudad. La muchacha aparentaba estar alarmada.

-¡Hermano! –una vez llegó hasta su posición se dejó caer en la arena y el fénec lamió su mejilla, animándola a que hiciese un último esfuerzo –he… he visto algo ahí abajo, en… las celdas… -tartamudeó.

-Te lo dije, ese no es lugar para una chica –respondió tajante su familiar –ya hablaremos de ello cuando regrese, no puedo hacerme cargo ahora de ese tipo de inconvenientes sin importancia…

-¡Espera! –se aferró desesperada al brazo del mayor, tenía que hacerle caso –hay alguien encerrado abajo… –afirmó la pelirroja.

-Eso es imposible, yo no he ordenado que… -y una extensa pausa dejó la boca de Matsuoka paralizada.
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Gou guiaba a su hermano y Rei por los pasadizos, era difícil recordar el sitio exacto en tal enrevesado laberinto. Los nervios erizaban el vello de Rin, no soportaba más tanta tensión.

-¡Date prisa! –gritó irritado.

-Lo siento, hago lo que puedo… -se excusó la menor. El agobio terminó una vez reconoció el lugar exacto –ahí… -señaló convencida. Únicamente el mayor de los Matsuoka se atrevió a aproximarse, temiendo encontrarse entre las tinieblas a la persona que menos deseaba que fuera. La pesadilla se hizo realidad cuando reconoció a un magullado Haru, tan frágil y delicado que hasta dolía.

-¡Haruka! –si algo poseía el pelirrojo es valor, consiguió arrancar los anclajes de la verja de un solo tirón. No paraba de pronunciar aquel nombre, tan alto y fuerte que su garganta terminó por resquebrajarse.

-¿Rin…? –abrí los ojos repentinamente. Había esquivado la muerte muchas veces, una más era prácticamente imposible, sin embargo le oía, oía aquella voz tan grave suplicar que me despertase, no, no sólo era eso, una constante presión rodeaba todo mi cuerpo. Logré reaccionar y me di cuenta de que seguía vivo, lo estaba y volvía a ser gracias a él, la persona a la que tanto detestaba. El abrazo en el que Rin me envolvía me hizo recobrar lentamente todos mis sentidos, ahora notaba algo húmedo recorrer mis mejillas.

-Eres un incordio… -mencionó entre lágrimas –siempre te metes en problemas, no puedes evitar complicarme la vida… -por un leve instante nuestras miradas se encontraron y dejé de verle como a un rey tirano – no volverá a ocurrir nunca más, yo voy a cuidar de ti… -una sensación ardiente recorrió cada parte de mi ser. Esa frase iba a resonar para siempre en mi cabeza, estaba seguro de ello.
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El cuarto de Rin me resultaba más agradable que de costumbre. Mikoshiba se marchaba por el pasillo aparentemente furioso, los compromisos que su superior acababa de cancelar habían provocado tal cólera en él. Ahora Rin se dedicaba a andar por el cuarto, tenía un atisbo de inquietud en el rostro.

-Matsuoka… -murmuré su apellido. Se paró al escucharme y acabó girando la cara. Si continuaba por mucho más tiempo observando sus pupilas me costaría proseguir –perdóname… -obviamente estaba atónito por mis palabras, no obstante su expresión se torno drásticamente en una seria.


-Juro que pagarán por esto, te lo prometo… -confiaba en ello. Al apartarse durante un instante el pelo de la nuca, me percaté de una pequeña marca que lo recorría de arriba abajo, se trataba de una cicatriz, ¿debía preguntarle la causa o no? 

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